I
Hacía mucho frío. Creía que si seguía caminando se iban
a entumecer mis rodillas. Respiré profundamente, el aroma de las plantas
silvestres me inundó por completo, y avancé por los pastizales mientras la
lluvia golpeaba mi piel, primero suavemente, luego con violencia.
Son esas situaciones en las que crees que la naturaleza
o las cosas tienen intenciones sobre vos. O cuando relacionás un hecho con otra
cosa que te pasó. Caminar por acá no sería tan triste si no hubieran tantos
pensamientos intercediendo, pensé.
Agarré una rama para guiarme en la semioscuridad. No
quería caerme. No me importaba manchar mi vestido pero no sabía si me quedarían
fuerzas para levantarme y salir de ese bosque. Observé la siguiente piedra en
la que pondría mi pie para no hundirme. Tenía la impresión de que había estado
así durante mucho tiempo, eligiendo piedras, esquivando ramas que de vez en
cuando rozaban y rasgaban mi piel.
Si Malena me viera así sacaría su cámara y me tomaría
una foto, me consolé. De seguro se reiría y después me ayudaría y saldríamos de
este lugar más rápido. Pero Malena no era, en ese momento, más que un fantasma
haciendo lo que yo quería. Me sentí un poco mal por manipular sus acciones en
mis pensamientos.
Un fuerte estruendo me detuvo. Un relámpago azul
iluminó mi cara y me hizo ver a lo lejos una casa de maderas rotas y viejas.
Ahora sí, esto tiene todos los elementos de una película, me reí. Aunque la
casa se veía terrorífica, avancé más rápido. Quizás habría alguien ahí para
ayudarme.
II
Recuerdo que la lluvia tocó mi cara y me desperté. Noté
en mi mejilla izquierda como la tierra sobre la que estaba recostada se
convertía en barro y levanté mi cabeza y mi torso. Miré alrededor: parecía
estar sola, pero no lograba convencerme de esto. Luego miré hacia arriba,
sauces enormes me protegían de la lluvia, que rápidamente se estaba volviendo
tormenta. Lo siguiente fue levantar mis rodillas. Sentí las piernas pesadas y
me di cuenta de lo cansada que estaba, como si hubiese dormido durante mucho
tiempo. Noté moretones en mis piernas y acaricié uno de ellos rápido, sin
pensar. Una vez de pie caminé de frente sin evaluar donde podría encontrar una
salida: todo lo que me rodeaba era bosque. Era la primera vez que estaba en uno.
Distinguía sus elementos por las fotografías que había visto aisladamente en
toda mi vida, por las películas de Miyazaki, por los libros de cuentos que me
leían y leí cuando era chica. A diferencia de las representaciones visuales,
este bosque no se veía agradable. Su verde oscuro y su frondosidad me
resultaban amenazantes. Resolví que lo veía así porque el cielo estaba nublado.
Incluso yo debía verme sombría caminando despacio, un poco mareada, entre
troncos delgados que se rozaban entre sí.
III
Estaba sentada sobre un sillón azul. Me habían ofrecido
té. Escuchaba sonido de porcelana chocándose y de una llama leve. Me enfoqué en
el sillón. Era azul cerúleo. Como las flores que pinté en el taller. Traté de
recordar donde había dejado ese cuadro pero no pude. Me dio la impresión de que
cuando algo se pierde es como si nunca hubiera existido. Exactamente como un
sueño.
El sillón era suave y cómodo. Relajé mi espalda y mis
piernas. Alguien trozaba hebras en un mortero. Un aroma leve a melisa llegó
hasta mí. Pestañeé pero esta vez tardé unos segundos en volver a abrir los
ojos. El agua en la pava se movía inquieta, podía oírla. Traté de imaginar como
sería estar frente al océano. Si en verdad existe sólo uno como una vez me
habían dicho. Sí, ciertamente, sería
como me lo habían descripto. Traté de crear fotogramas de sus misterios. Me
imaginé dentro. Lo imaginé calmo y apacible. Diseñé peces, medusas y algas.
Ningún depredador. Ningún indicio de turbulencia.
La pava hizo un sonido cuando el agua terminó de hervir.
Alguien sirvió el contenido. El agua caía calma, sin prisa.
La anciana que me había recibido se encontraba frente a
mí, con su vestido estampado de flores y su chaleco abotonado. Extendía su mano
para dejarme la taza de porcelana en una mesita, frente a mí. Pensé que todo
debía de ser diminuto y delicado en esa casa. Ella misma lo era. Sus huesos me
parecieron frágiles. Se movía lento y parecía verme, sus ojos estaban
desorbitados, apuntando al techo. No podía moverlos. Pero realmente creí, en
ese momento, que me veía.
Tener tan cerca a personas o animales buscando
interactuar conmigo me lleva a salir de mis pensamientos. A veces me resulta
molesto, otras veces aliviante. Enfoco mi atención y obtengo un fotograma a
gusto, eligiendo el ángulo, el plano y el enfoque. Esa es la manera más eficaz
de situarme en la realidad. Aunque nunca me deja de parecer que todo tiene
aspecto de ensueño. Malena me había dicho que esto me hacía especial, pero me
exponía a todo tipo de peligros. Creí que estaba en lo cierto, porque desde muy
chica me di cuenta de lo amenazante que es el mundo que me rodea.
IV
Estaba en mi
capsula, podía ver con claridad sus contornos y estirar mi mano para
atravesarla y tocar la taza pero el tacto no bastaba para sacarme de ahí.
En algunos momentos
me olvidaba de que estaba rodeada por el frío metal y simplemente me dedicaba a
percibir.
En otros, la
densidad del encierro me hacía sentir insegura y miraba todo con ojos
asustados.
Cuando terminé de
tomar el té fui guiada hacia un cuarto con el techo de madera inclinado. Pensé
que sí fuera algunos centímetros más alta no podría caber ahí. La anciana
encendió la única luz de la habitación, proveniente de un velador junto a la
cama. Era una luz suave, amarillenta. Se acercó a un ropero y me ofreció una
frazada, la cual acepté. No hablamos una palabra y eso me tranquilizaba. Una
vez que me senté en la cama, ella abandonó la habitación.
Me pregunté qué seguía.
Me quité los zapatos y las medias manchados de barro y los dejé bajo la cama.
Miré alrededor: todo era flores. Flores frescas frente a una ventana, flores en
los cuadros impresionistas, flores en el empapelado de las paredes. De alguna
manera, me hacían sentir segura. Me recosté tapándome con la frazada y me dormí
enseguida.
V
Aprendí a conocer a las
personas y a las cosas a través de fotogramas. Tomé fragmentos y los dispersé.
Obtuve impresiones y las destruí todas las veces.
Con Malena no tuve
que hacer mucho esfuerzo: la conocí a través de sus fotografías. Me mostraba
paisajes que capturaba de sus paseos en bici: atardeceres, barrios desiertos,
pájaros muertos. Una muy especial que conservo, es una vereda repleta de gotas
de lluvia donde se ven sus piernas y sus zapatos.
La luz del sol filtrada por las cortinas celestes me
alcanzó y me desperté. Me quedé un rato mirando las flores cerca de la ventana
hasta que decidí levantarme: estaban marchitas. Me pregunté cuanto tiempo había
dormido. Me acerqué a la ventana y corrí un poco la cortina: todo lo que se
veía era bosque, ningún indicio de animales o personas. El cielo estaba calmo
tras la tormenta, sin nubes. Salí de la habitación con los zapatos y las medias
en la mano. La anciana estaba en la cocina preparando el desayuno. Podía sentir
aroma de frutos rojos. Me senté a la mesa y ella se acercó a dejarme
mi parte mientras me sacaba de la mano los zapatos con las medias dentro. No
podía entender como los veía. Sus ojos seguían apuntando hacia arriba, esa
mañana se veían más claros. Regresó a la cocina y se puso a fregarlos con jabón.
Tomé mi desayuno en un extremo de la mesa observando el
paisaje tras un ventanal. Pensé en lo fantástico que debía ser vivir ahí. No
sabía hasta ese momento que hubieran casas en medio del bosque. Era tranquilo.
La habitación me pareció repleta de relojes, aunque sólo fueran tres o cuatro.
Cada uno de ellos indicaba una hora exacta. Comprobé, más que nunca, que el
tiempo no tenía importancia. Nadie me estaba esperando, y si lo estaba haciendo
no habría manera de saberlo así que no dependía de mí. No tenia que ir a ningún
lado. No había nada por hacer, al menos no inmediatamente. Estaba bien así,
viendo el bosque a través de la ventana. Pensé en salir a caminar.
VI
Una vez visité un museo de muñecas de porcelana. Eran
muñecas que dos hermanas ancianas habían coleccionado gran parte de su vida y
habían decidido exhibirlas. Cada vitrina era una habitación donde las muñecas
manipulaban objetos, hacían cosas, interactuaban entre sí. Daban la impresión
de estar vivas por la cantidad de detalles y sus rasgos humanos. Yo misma me
sentí en una casa de muñecas y cuando tuve que irme no quería que la fantasía
terminara.
El cielo estaba lila tras la tormenta. Percibí la
tierra húmeda bajo mis pies. Helechos cubiertos de rocío acariciaban mis
piernas y las salpicaban mientras caminaba. Aceleré mi paso cada vez un poco
más hasta comenzar a correr. Aunque no sabía los nombres de las plantas, las
estaba conociendo profundamente con sólo sentir su roce en mi piel. Sin
siquiera pensarlo estaba alejándome lo más que podía de esa casa. Paré cuando
estuve exhausta. Me dejé caer en la tierra con la respiración agitada y el
corazón acelerado. Me relajé y percibí calor expandiéndose por todo mi cuerpo.
Pensé en Malena. Me di cuenta que lo que más me gustaba de ella era que se comportaba de maneras que yo jamás adoptaría. Tuve ganas de volver a
verla. Vibraciones y sonidos de la ciudad llegaron hasta mí.
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