Me
llamo Nobuo. Cuando terminé el instituto me dijeron que debía conseguir trabajo
entonces me encerré en mi cuarto con una computadora y me volví experto en
hackear cuentas bancarias. Cuando necesito dinero me aíslo con unas cuantas
latas de speed y el proceso comienza otra vez. Cuando termino me siento
mareado, como si estuviera ebrio y suele hacerse de noche. Para esas ocasiones
tengo mi comida lista y una película esperándome en el sofá del living. Esta
semana fue el turno de Shuji Terayama. Después viene la parte formal. Me pongo
un traje que compré con mi primera adquisición, me arreglo el pelo y voy a
retirar dinero a distintos depósitos de Tokyo. Desde el taxi numero las
imperfecciones de la ciudad. Suelo volver a casa con ciento veinte mil yenes o
un poco más si se acerca un recital importante. Vivo en un buen departamento en
el centro del domo. Bastante simple por gusto personal. Cuando me preguntan de
qué trabajo las respuestas varían desde oficinista o ingeniero en informática
hasta bibliotecario y mangaka. Mi mejor amiga se llama Midori. Midori dice que
está enferma. Nunca me gustaron los psiquiatras. Trastorno de ansiedad, dice.
Se siente como tropezar y nunca terminar de caer, dice. Entendéme si me pongo
mal cuando no me contestás, dice. Ella tiene una voz triste y sus ojos brillan
cuando me miran. Parece que fuera a escapársele una sonrisa y que fuera a
llorar a la vez. No sé redactar sin perderme. La semana pasada me dijeron que
debía tener un hobby para no deprimirme. Entonces salí a fotografiar una serie
de objetos inanimados. Imprimí las fotografías y las colgué en mi pieza. No
sabía de lo agradable que era levantarse todos los días y ver la imagen del
cubo de basura que veo cada vez que doblo en una esquina específica. Creo que
veo el cubo en todos lados. Y a Midori. La repetición de pensamientos me tiene
aburrido. La cara de Midori muy cerca de mi cara me da vértigo. Todo es triste,
dice. No quiero estudiar nada, dice. No quiero relacionarme, dice. No quiero
estar en ningún maldito lugar. Todos los cubos se parecen y las esquinas. La
artificialidad me tiene atrapado. Los lugares donde respirar parecen reducirse.
Los días en los que me parece que algo vale la pena son los menos. Esta mañana
me quedé una hora frente a la ventana que da a los balcones vecinos. Creí
entender algo en las manchas que veía. Creí ver las piezas que conformaban el
panorama sin marearme. Me gusta tu narrativa, le digo a Midori. Sos buena, le
digo. Me estremece, le digo. Como cuando nos encontramos y comenzás por tocar
mi cara. Ayer estaba demasiado aburrido y fui a Kōraku a ver patos. Me compré
un helado de vainilla y me quedé mirándolos en un banco que me pareció
absurdamente grande. Yo miraba a los patos. Los patos miraban el agua. Las
migas desparramadas en el agua. La gente miraba las caras de otra gente. La
gente miraba sus manos. Autos. Carteles. Semáforo. Pasto. Autopista. Yo tuve
que ver autos, carteles, semáforo, pasto y autopista para volver a mi
departamento. Y el estúpido cubo. Vi mis manos y me imaginé tocando a Midori.
El cuerpo de Midori. Los lunares de Midori. Los miedos de Midori. Incendié mi
habitación a los catorce años. Quemé mi remera de Nirvana a los catorce años.
Salvé a mis peces justo a tiempo. Mis padres entraron en crisis. Me sentí un
héroe. Me preparé una tostada mientras papá gritaba. Me preparé cuarenta y ocho
tostadas mientras papá gritaba. Todo ardía en llamas y alguien más se encargaba
de mantener las cosas en orden. Lo que nos mantiene atados al mundo es que ya
somos parte. Acomodamos una serie de piezas. Las dejamos caer. Les damos
sentido. A veces tengo que autoboicotearme para dar unos mensajes más claros. A
veces quiero desarmar el rompecabezas. A veces no me gusta nada. A veces me
gusta todo. Creo tener suficiente energía para un nuevo incendio. Creo tener
suficiente energía para dos incendios. Quiero que seas mi amigo para siempre,
dice Midori. Tus abrazos me son vitales, dice. E inevitablemente me siento
importante. Siento que soy parte. Que logro armar algo y el rompecabezas me queda
lindo. Cuando consigo encastrar la última pieza veo un desierto. La arena tiene
el color del helado de vainilla. Está húmeda. El cielo es gris y uniforme. Cae
una lluvia fina. Cuento dos veces hasta cien para no perderme. Cuento para no
perderme.
me encantó. No creo que tanto como Nobou a Midori, pero me gusta como narrás,
ResponderEliminarsaltás de tema de la nada, no te la esperás, y todo tiene más sentido.
unos saludetes :)