El aire es frío. Se está haciendo de noche y el cielo está rosa pálido. Me
quedé viendo el cielo acostada en el pasto, a un lado del camino. Vi pasar el
cielo de rosa brillante a rosa pálido y vi las nubes fragmentarse y unirse otra vez. Llevo un bento en mi mochila con verduras al
vapor y un poco de arroz pero no lo saco. No tengo hambre, no hay necesidad de
comer. Sólo quiero permanecer inmóvil hasta que oscurezca y llegue el momento
de volver a casa. Sonidos de cigarras se escuchan a lo lejos. Un gatito estuvo
jugando en el pasto desde hace rato y ahora relame sus garras sin prestar
atención a nada más. En un tronco mohoso que está cerca hay caracoles
escondidos en sus caparazones y más allá, en medio del pasto crecido sólo hay
un árbol viejo, sin hojas y con sus ramas enredadas. Pienso que con pensarlo lo
suficiente puedo provocar una lluvia. Una tormenta, como la que causé cuando
tenía doce años y estaba jugando en el patio deseando no tener que ir a la
escuela. Sólo basta con desearlo y cerrar los ojos presionando por unos momentos.
Más allá del camino de tierra se extiende un campo de trigales. A veces
veo gente trabajando la tierra pero a esta hora de la tarde no hay nadie. El
viento corre con más fuerza. El pasto crecido se mueve ligeramente más rápido. Cierro
los ojos como si me pesaran. La presión que ejerzo al cerrar los ojos me lleva
a apretar los dientes también. Paso mi lengua por mis labios: están lastimados por haberlos mordido más temprano.
Una gota de agua cae sobre una de mis mejillas y abro los ojos.
Las gotas de lluvia mojan mi cara y parece que, en un momento, se quedan
suspendidas en el aire o sólo es una impresión. Me levanto para tener
una visión de todo el lugar. Lo primero que veo es el árbol sin hojas. La maleza se extiende y el cielo se ve
opaco, ya casi gris. Tengo que forzar la vista para poder ver bien. El árbol se
ve como un fantasma, o más precisamente tiene aura de fantasma. Enfocando la
vista en él, de a momentos parece como si se difuminara. Pienso que cada vez
veo menos árboles en los lugares que conozco. Me gusta ir a ese lugar donde no
hay objetos artificiales alrededor, sólo plantas, el pasto muy alto, el
cielo en toda su extensión y el árbol sin hojas.
Lo primero que notás cuando abrís los ojos es que estás mojado y sos un
pato. Tus patas tocan agua mientras que tu cara está apoyada sobre tierra fría. Es
de noche, con una luna brillante que ilumina todo. Las olas te deben haber
arrastrado ahí. No recordás nada, ni como llegaste ni que eras antes de ser un
pato. No tenés recuerdos de haber vivido como pato ni como ninguna otra cosa.
Tenés un poco de frío por estar mojado pero tus plumas te protegen y
podes sobrellevarlo.Te levantás y mirás alrededor: estás en una isla y el mar
se extiende hasta donde no podes ver. El viento está quieto y hay silencio. Un
silencio extraño y de alguna manera confortante. Caminás hacia ninguna
dirección precisa. Al principio te cuesta caminar sin caerte a los costados
hasta que podes llevar un ritmo. Muy concentrado en cada paso que das, tus
movimientos son mecánicos, como si fueses un robot. Mientras avanzás notás que hay
algunas plantas, sin darte cuenta te estás dirigiendo a un centro y alejándote
de los bordes de la isla. Tus patas se hunden en el pasto y apenas escuchás el
sonido de tus pasos. Es como si el sonido se perdiera junto al
viento. A pesar de que es de noche, la luna ilumina todo como si fuese una nueva
hora en el día. Levantás la vista y ves círculos blancos sobre la arena, son muchos
círculos brillantes con algunos centímetros de distancia entre sí. Cuando te
acercás ves que son conejos.
Los conejos duermen. Bajo el cielo azul sus pelajes brillan, tanto que te
encandilan y te llevan a cerrar los ojos. Te acercás más, querés verlos de
cerca. Al acercarte te das cuenta de que todo en ellos se mantiene quieto, como
si no corriera el aire. Los ves bien, parecen hologramas pero son reales y están
vivos. Te aseguras de que respirás inhalando profundo. Mirás tus patas hundidas
en el pasto y todo lo que podés llegar a ver de tu cuerpo: tus plumas, tus
alas decaídas, parte de tu pico. Levantás las patas y las dejás caer en un
mismo lugar, el sonido es sordo, los conejos siguen durmiendo.
Mickaíl me espera en la parada. Bajo del colectivo y me tiro en sus
brazos, él me abraza por unos segundos. Hablamos de los mangas que leímos y las
películas que vimos y de otras cosas mientras caminamos al costado de la
avenida hacia el bosque.
—Esta semana terminé Aku no hana, al final Takao y Nakamura vuelven a
encontrarse, en una playa en la ciudad donde vive ella. Takao le hace algunas
preguntas y Nakamura las evade diciendo cosas confusas entonces él se tira
sobre ella y caen en el mar. Parece una escena violenta pero terminan riendo y
jugando en el agua.
—Tengo que leerlo. Yo vi Naked
blood, es sobre un científico que crea un líquido que al tomarlo hace que el
dolor físico se sienta placentero. Lo prueba en tres chicas que se ofrecen de
voluntarias y cada una en sus casas se lastima por accidente y al gustarles esa
sensación empiezan a mutilarse. Paralelamente una chica tiene un cactus en su
pieza conectado a unos lentes y al ponérselos entra en realidades virtuales.
—wow, quiero.
—También leí algunos mangas random pero no me gustaron tanto.
—¿eroguro?
—Sí, uno era sobre un tipo que secuestra chicas para convertirlas en
muebles y otros objetos.
—Sick. Yo no puedo creer que sea legal en Japón hacer mangas o películas
sobre casos de secuestro y asesinatos reales.
—Se puede esperar cualquier cosa de Japón.
—¿conseguiste la hoja de afeitar o una navaja?
—Sí y también traje galletitas. Cuando pasemos cerca de las flores
azules agarremos algunas.
—A este paso vamos a inaugurar nuestro propio
club del suicidio.
—No estaría mal morir en el bosque de hojas
secas.
—Traje algunas vendas por si sangramos mucho.
Entramos en la primera calle de tierra. Llevo puestas medias blancas con puntilla y mis zapatos negros, en cualquier momento van a
llenarse de tierra. Me gusta el clima que hay, nublado y un poco fresco.
Después de la lluvia de los últimos dos días descendió la temperatura. Mickaíl me
habla.
—El otro día leí que hay una isla en Japón
llamada Okunashima donde sólo viven conejos.
—Ow, como las islas de gatitos.
—Sí, no sé sabe cómo llegaron los
conejos ahí. Puede ser que sean los descendientes de unos conejos que se escaparon de una fábrica que planeaba
experimentar con ellos para crear gases venenosos durante la segunda guerra
mundial. Otra teoría es que unos chicos que iban a una excursión liberaron
algunos conejos en la isla y se reprodujeron.
—Qué genial ser un conejo y tener
toda una isla para uno.
—Parece que los conejos están
tranquilos en la isla. Las personas van a visitarlos y sacarles fotos y
alimentarlos. Sólo por las noches pueden tener la isla para ellos solos.
—Si fuese un animal definitivamente
sería un conejo. Tendría los ojos rosados y el pelo esponjoso y suave.
—haha no estás muy lejos de serlo.
Yo no sé qué sería. Creo que si pudiese elegir entre todas las cosas me
gustaría ser algo que esté en el espacio exterior.
—¿una galaxia?
—Sí, o me conformo con un satélite.
—Siempre pensé que estar en el
espacio debe ser similar a estar en el fondo del océano.
—Me da vértigo pensar en estar en
cualquiera de los dos lugares.
—¿Cómo vas a hacer para ser un satélite
sintiendo vértigo?
—Después de unos días el vértigo se
va y me adapto. Me pasa con todo.
Nos desvíamos del camino de tierra entrando en un sector de árboles
estrechos. Tenemos que correr algunas ramas para poder pasar, nos chocamos con
algunas telas de araña. La textura de la tela de araña en mis brazos se siente
suave y me da cosquillas. Las hojas bajo nuestros pies crujen. Recuerdo que el
verano está terminando. Camino con decisión por el bosque, estoy con energía y
a la vez algo somnolienta por no haber dormido bien los últimos días. Tomo agua,
pienso si tengo hambre. No logro deducirlo. Por no comer en horarios
específicos me cuesta darme cuenta de sí tengo hambre o no. Mickaíl me habla,
le respondo. Me siento como en un sueño. Miro hacia arriba y veo retazos del
cielo. El cielo entrecortado por ramas indefinidas enredándose. Es como una
colmena, nuestro lugar secreto donde apenas entra la luz. Parece que está por
anochecer pero es la impresión que causan las copas de los árboles sobre
nosotros. Sostengo mi mochila con ambas manos. Recuerdo la única vez que me
corté en un brazo con una tijera. La sangre se derramó en el piso de mi pieza y
me quedé quieta por varios minutos. Eso también pareció irreal y es uno de los
recuerdos más vívidos que tengo. Corté mi piel como si fuera papel,
por curiosidad y porque estaba triste y poco me importaba lastimarme. Camino y
no sé lo que siento ahora ¿si no fuese humana que sería? Veo mi mano, extiendo
mis dedos y los llevo a mi palma. Vuelvo a pensar en esto. La primera vez que
estuve en un bosque el pasto estaba muy alto y yo me agaché para perderme entre
el pasto y empecé a saltar como un conejo mientras las plantas me rozaban.
Nadie me veía así que seguí brincando y comí pasto y hojas arrancándolos con
mis dientes. Fue divertido y no quería que terminara, cuando volvimos a casa
en la camioneta de mi papá me dieron ganas de llorar. Desde ese momento la
cotidianidad me deprime. Es como si hubiese perdido algo que me ataba a la
realidad al descubrir una forma distinta de hacer las cosas.
Necesitás que tus extremidades funcionen para empezar a correr. En momentos
como este querés ser un cyborg y abandonar tu cuerpo. Estirás tus piernas lo más
que podés como si estuvieses conectando unos circuitos. No responden. Los
conejos despertaron y te miran. Algunos están quietos pero otros se acercan
lento. Tratás de deducir sus intenciones pero no son claras. Sus ojos
rojos te miran, te sentís desvanecer. Tenés un recuerdo: estás en un aula vacía
con las sillas levantadas sobre las mesas. Todos se fueron, estás solo. La luz
del atardecer entra por las ventanas cerradas. El cielo está naranja y te quedas
viéndolo, de pie en el medio del lugar. Es el momento del día que más te gusta,
podrías quedarte así durante horas pero sabés que sólo dura unos minutos.
Sentís que ese lugar te representa. Más temprano hablaste con algunas personas pero fue
una interacción superficial. Estás solo con tus pensamientos. Estás en un lugar
vacío. Podes sentir como el lugar te atrapa, parece que las paredes se
movieran atraídas hacia vos. Notás que pasan los minutos y las horas y el cielo
permanece cómo está. Tampoco tus piernas parecen cansarse de estar en esa
posición. Nada presenta alteración alguna. Es como si hubieses detenido el
tiempo o alguien lo hubiese detenido para vos. Tenés otro recuerdo: Estás bajo
un toldo protegiéndote de la lluvia. Hace frío y alguien sostiene tu mano. El
ruido de la lluvia tapa cualquier otro sonido. Cerrando los ojos te da la impresión
de que la lluvia suena más fuerte. Mantenés los ojos cerrados por unos
momentos. Pensás en el juego que dejaste a medio terminar. Pensás en qué te
gustaría comer un sándwich. Pensás que el viento está tan fuerte que parece un
huracán. Cuando abrís los ojos hay un tornado frente a vos y la persona que
sostiene tu mano la suelta para abrazarte y empujarte hacia otro lugar. Estás
en un lugar desconocido protegiéndote de algo que vos mismo causaste. No sabés por qué pero te sentís responsable del desastre. Los
conejos que se acercaron te olfatean y pierden interés enseguida. Pasan de
largo y volvés, de a poco, a tener control sobre tus extremidades. El vértigo
se va, te relajás. Empezás a adaptarte, también, a tu nuevo cuerpo. Seguís
caminando por la isla.
Veo las venas traslúcidas de mi brazo. Puedo percibir el movimiento que
hay en ellas. Mi sangre cae sobre la
tierra, fue un corte rápido y cuidado. Veo el color de mi sangre y puedo
imaginar qué hay debajo de mi piel. Soy más que un envase de carne, pienso, pero no me convenzo del todo. Mickaíl me ve sangrar y me saca la navaja
para llevarla a su pecho. Las sombras de las hojas de los árboles se mueven en
su piel. Sigo sus movimientos con mis ojos. Presiona la navaja haciendo un corte horizontal. La sangre empieza a salir. Su expresión se mantiene
neutra. Se deja caer en la tierra y hago lo mismo. Vemos el cielo y los árboles en silencio. Mickaíl extiende su mano y agarra la mía, está por decir
algo pero alejo mi mano y se queda callado. El silencio entre nosotros es
extraño, es como si se fuese a romper en cualquier momento. Veo el bosque
frente a mí pero es como si no estuviera ahí, como
el árbol que está cerca de mi casa, nada de lo que veo parece real. No puedo concentrarme del todo. El corte en mi brazo arde
y cierro los ojos. Siento un leve mareo. Tengo ganas de levantarme y correr por
el bosque hasta perderme. Imagino a Mickaíl llamándome y siguiéndome sin
alcanzarme. Imagino que me pierde de vista y yo realmente me pierdo, ya no
encuentro el camino para regresar ni me esfuerzo en buscarlo. Algo me detiene.
No sé exactamente qué es pero me quedo quieta. Veo las ramas enredadas mientras
mi sangre cae sobre las hojas secas y se mezcla con las flores que
arrancamos en el camino.
La isla tiene algo extraño. Al principio no lo notaste pero a medida de
que vas conociendo sus detalles te asegurás de esto. Hay cierta pesadez en el
aire y el cielo y el agua se mantienen estáticos. Te gustaría quedarte acostado en el pasto durmiendo o mirando el cielo pero algo no te deja tranquilo. Algunos conejos arrancan las hojas de un eneldo y se las comen.
Pensás que cuando tengas hambre vas a hacer lo mismo. Te acercás al mar y tomás un poco de agua, no tiene sabor. Ves tu reflejo, lográs
reconocerte. Después de unos segundos tu reflejo hace interferencia y se
distorsiona.Te quedás
quieto. Pensás que podés desaparecer con cualquier mínimo movimiento. Tenés la
certeza de que fuiste otra cosa en otro tiempo y que, como ahora, te
desvaneciste sin dejar rastros en ese mundo. Tratás de recordar como eras pero
no podes hacer que aparezcan los recuerdos con facilidad. Tu reflejo desaparece
y perdés el equilibrio. Estás flotando en el agua, el cielo está celeste con
nubes que se entrelazan, es de día. La isla con sus conejos desapareció y el mar donde estás ahora se mueve generando pequeñas olas que te arrastran. Nadás en
todas las direcciones pero no vuelve a aparecer la isla ni ninguna otra
isla. No hay indicios de que haya tierra firme alrededor. Es como si todo
hubiese desaparecido y fueras olvidado en el mar. Te dejás llevar por
la corriente sin hacer ningún esfuerzo por nadar ni por hacer nada en absoluto.